nekare

Well, since people actually would like to read it, here's the spanish version of my award winning story (it feels like such a laugh to actuall say that XD), Beethoven. I'll translate it today, and probably the english version won't be as weird as translations seem to be. C'mon people, try and read it.

Title: Beethoven
Word Count: 1,061
Notes: Since probably no one here knows a thing about mexican politics, Roberto Madrazo is one of the most important president candidates for the elecitions in 2006. Take my word for it, you don't want to meet him. And yeah, I won't be voting for him, that's for sure.


El radio suena intermitente cuando el político vuelve a la conciencia, pedazos de conversación y música clásica llenando el cuarto, el opuesto en piano del cuarto gris deslavado y lleno de polvo donde el político esta amarrado a la silla, una bolsa de tela negra sobre su cabeza y sangre en las muñecas por las cuerdas demasiado apretadas. (Quinta Sinfonía, piensa Víctor, y maldice cuando dicen que era la Novena.)

Víctor es el más joven de los agentes vestidos de trajes negros que rodean al político, su primera misión en el ambiente pintado de rojo como gente de confianza de Israel López, uno de los mafiosos más importantes de la ciudad; Y Víctor trata de disfrazar su ansiedad limpiando su nueva pistola, no importa que ya se pueda ver reflejado en ella. El político da un respingo en la silla, y los hombres a su alrededor empiezan a animarse con la idea del terror que les dijeron tienen que meterle al político bajo la piel. Schubert se interrumpe para dar paso a estática (y Víctor casi puede imaginar la nieve que inundaría una pantalla de televisión) y una voz agitada.

“¡Noticia de última hora!” dice el periodista, sin duda emocionado por poder cortar la programación al estilo de las películas viejas. Pese a todo, el hombre se controla cuando vuelve a hablar. “Alberto Pereira, secretario general de la campaña de Roberto Madrazo, ha sido secuestrado esta mañana cerca de su residencia. Un testigo anónimo nos dará su versión del asunto…” Uno de los hombres da una carcajada con la ironía del asunto; el político volviéndose hacía el radio cuando reconoce su nombre.

Alguien le quita la bolsa de la cabeza, y el político aparece con los ojos rojos, el pelo despeinado y un morete morado que quiere convertirse en azuloso en la sien derecha, donde Cortés le dio el culatazo que lo mando a la inconsciencia. Los ojos del político se abren a más no poder cuando ve a los nueve hombres que lo rodean, labios temblando ligeramente y cualquier idea de escapar yéndose al drenaje.

Solo hay una lámpara vieja en el techo, y las sombras se alargan y oscurecen hasta parecer monstruos de fantasía, los miedos internos del hombre en turno atado a la silla; insectos creando aún más sombras mientras rodean el foco que no decide a prender del todo y que deja el cuarto por momentos sin más iluminación que la luz que se filtra por debajo de la puerta corrediza del viejo depósito de mercancía. Víctor sabe que esto solo es una técnica para aterrorizar, eso y el murmullo tenue del radio que sirve como fondo a la escena; pero no puede evitar el escalofrío que recorre su cuerpo y el sudor frío que deja pegajosas sus manos.

Uno de los hombres, (¿Sun-lo? ¿Tiang? Víctor nunca podía distinguir a los dos coreanos en la organización) avanza dos pasos con una sonrisa en la cara y golpea al político en la cara, tan fuerte que su cabeza da vuelta y su cara se contrae con el dolor. El político escupe, y un hilillo de sangre corre por su barbilla. El jefe dijo que no lo mataran, pero nunca dijo que lo regresaran ileso; y estos hombres están sedientos por un poco de diversión. Todos ríen, y el caos empieza. Veinte minutos después, el político tiene un hombro dislocado, las puntas de los dedos de la mano derecha chamuscados y una herida justo arriba de la ceja, goteando sangre hacía sus ojos con cada parpadeo. Su respiración es entrecortada y alguien lo levanta del suelo donde acabo todavía atado a la silla después de un golpe al estómago.

Las venas de Víctor bullen con adrenalina, risa y locura jugando con su cabeza y cuando se da cuenta esta apuntando su pistola a la cabeza del político, el cual tiene los ojos fijos en el arma negra, temblando aún más fuerte y con el ojo derecho apenas abierto cortesía de un moretón. Los demás aclaman a Víctor, y las notas más altas de Bach se mezclan en su mente cuando habla. “Una pequeña lección del jefe López,” dice con burla y en una idea desenfrenada, jala el gatillo.

El estruendo sigue sonando con el eco de la bodega por más de tres segundos, y Víctor se da cuenta demasiado tarde que el seguro no estaba puesto, todavía con el brazo extendido. El cuarto se sume en silencio completo y todos ven al político en el suelo, ojos abiertos viendo la nada y un agujero del tamaño de una moneda en su frente, sangre manchando de carmín el suelo sucio. Víctor deja caer el brazo, y el hombre a su lado le quita la pistola, mientras el resto lo voltean a ver con miedo y furia mezclados en sus ojos.

“No puede ser, maldita sea, por que yo, chingada, chingada, chingada…” Repite Víctor en un mantra obsceno, sus manos hundiéndose en su cabello y temblando más que el político; imaginándose los castigos que el jefe destinaría para él ahora que había matado a su rehén. “¿Qué vamos a hacer?” Le pregunta al más experimentado de los agentes.

Tristán voltea a verlo con una mueca de disgusto en su cara. “¿Vamos? Nosotros no vamos a hacer nada mocoso. Lo rompes, lo pagas.” le entrega un celular con el número del jefe listo para marcar antes de voltearse con asco en su mirada y llamar a los otros hombres, saliendo por la puerta sin mirar atrás y dejando a Víctor solo con un cadáver.

Víctor se fuma una cajetilla entera antes de llamar al jefe, sentado en el piso junto al muerto y pensando en sus dos hermanas y el negocio de papelerías de su padre y como todo se podría ir a l infierno por una tontería. Sus dedos están resbalosos con sangre cuando al fin llama al número personal del jefe, de cuando levantó al muerto y lo desamarró de la silla haciendo aún más nudos con las cuerdas; el cuerpo listo para ser aventado en el lugar donde el jefe plazca.

Aspira la última bocanada del cigarro, lo apaga en el concreto a su lado y ve como el humo se dispersa en el la oscuridad mientras Vivaldi se oye en el radio viejo y destartalado; cierra los ojos mientras la llamada entra, y se resigna a su suerte.