So, I went to see OotP yesterday at midnight, which was was all kinds of fun and I learned some distressing news about uni and you'll hear more about it in a while but for now, yay, I finished the short story yesterday! So posting right now and I will try and translate it because this story very much wanted to write itself in English but I put my foot down and said no very strictly, lol.
I don't know what's up with me writing all this romance stuff in original stories, I didn't use to be like thiiiiis, what's wrong with me? ;__;
Título: Mitomanía
Número de Palabras: 3700
Reseña: Te lo encuentras siete veces en dos años. Se presenta con un nombre nuevo cada vez.
Mitomanía
La primera vez que lo ves él es un Barón y tu eres una debutante preocupada por la mancha en tus guantes blancos. Te lo presentan como Arthur y te sonríe cuando te inclinas (pie adelante y manos sosteniendo el vestido) como te enseñaron. Estas nerviosa, y este hombre te lleva al menos diez años, así que empiezas a hablar del clima sin parar y no es hasta que el empieza a bostezar que te das cuenta que no lo has dejado intercalar ninguna palabra en más de diez minutos.
Te enrojeces, y el sonríe.
Le preguntas de su vida, todavía roja y con las manos alisando una arruga inexistente en tu vestido blanco. Él maneja las tierras que le dejó su padre y es íntimo con el hermano menor del príncipe heredero. Su vida en la corte es lo más emocionante que has oído en tu vida y lo escuchas con la boca abierta, olvidando que el protocolo exige que te presentes con tantas personas como se pueda en lugar de acaparar a un invitado en específico.
Le haces mil y un preguntas, una tras de otra. Cuando se aburre de ti te jala uno de los rizos que cuelgan alrededor de tu cara y dice “vaya, en serio que te vez de doce, como esa niñita chiquita en la historia de los ositos,” y le frunces el ceño y dices que tienes quince, gracias, y caminas en la dirección contraria, conteniendo las ganas de abofetearlo.
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La siguiente vez que lo ves él es un Gran Duque Ruso y tu tienes dieciocho y a tu pueblo entero encantado de ti, así que te le acercas con confianza, la cabeza arriba, y le tocas el hombro. Cuando se voltea su bigote te da risa, pero te la tragas y sigues sonriendo. El anfitrión de la fiesta adora bailar, y la música esta un poco más fuerte de lo que estás acostumbrada, así que prácticamente terminas gritándole que tan sorprendida estás de volver a verlo.
“Creo que me está confundiendo con alguien más,” te dice con un Inglés con acento gutural, las palabras tropezando al salir de su boca, y no puedes evitar la expresión de confusión en tu cara. Él te da un nombre ruso y una historia de intrigas en la corte de los zares y de los duros inviernos en Siberia.
Tratas de decirle una y otra vez que no es posible, que lo conoces, que se llama Arthur y es un barón Inglés, y él te responde una y otra vez que estás equivocada, esta es apenas su segunda vez en Inglaterra.
Te vas después de un rato, enfadada, y lo que te molesta más es que antes de que le dieras la espalda él sonríe con una pizca de malicia, y se nota que esta disfrutando hacerte enojar.
Sales a los jardines cerca de la medianoche, todavía irritada, y lo ves caminando a grandes pasos en dirección a la puerta. Lo sigues por algún extraño impulso, y cuando lo ves arrancarse ese estúpido bigote estás tan cerca detrás de él que oye tu sonido de sorpresa, y cuando se voltea te ve ahí, señalándolo con el dedo mientras él todavía tiene su bigote falso entre sus manos.
“¡Sabía que estabas mintiendo!” dices, y te oyes tan satisfecha de ti misma que no es sorpresa que ponga una expresión agria, los labios muy juntos.
Él suelta un suspiro de frustración, pero en lugar de tratar de negarlo simplemente se encoje de hombros, mirándote fijamente. Se ríe entre dientes de tu expresión confusa. “Vamos, ¿dónde está tu sentido de la aventura?” Al fin dice después de un momento, y tú no sabes que decir.
Te avienta el bigote, y en el momento que pierdes tratando de cacharlo él ya ha corrido hacia la puerta. La noche esta obscura, pero lo alcanzas a ver lanzándote un beso antes de salir de los jardines.
No le dices nada a nadie, porque te intriga más de lo que te molesta su mentira.
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Te lo encuentras siete veces en dos años. Se presenta con un nombre nuevo cada vez.
No entiendes como es que nadie se da cuenta, como puede estar con el mismo grupo de personas en la misma semana con una identidad distinta y como todos se creen que es quien dice ser. Al cabo de un tiempo, dejas de encontrarlo fastidioso y empiezas a intrigarte por su farsa, por la forma en que usa a la sociedad Inglesa en un inmenso juego en el que solo él parece saber las reglas.
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Es marzo y te lo encuentras en un baile en Londres dedicado al inicio de la primavera. El salón esta decorado con miles de flores que cuelgan del techo. Hay pequeños candiles entre ellas cada uno dando luz de diferente color, y el piso parece un caleidoscopio que cambia cada vez que la brisa que entra por las puertas francesas mueve los candiles. Él te sonríe desde el otro lado del salón, donde esta rodeado de damas de sociedad, todas mayores de él y comiéndoselo con lo ojos.
Media hora después estás bailando con él, y lo primero que le dices en toda la noche es, “Como te llamas hoy?” él ríe y te hace dar una vuelta en medio del vals, rompiendo el ritmo que imparte la música.
“Henry,” te dice él al oído. “Un burgués sin una gota de sangre azul que quiere casarse con un título. Por supuesto, no debería decirle esto a alguien que acabo de conocer,” agrega mientras te ve a los ojos, las cejas levantadas.
Te llevas una mano a la boca, la imagen pura de la indignación. “Ah, pero señor Henry, ¡debería advertir a las buenas damas que lo persiguen! No puedo dejarlas ser engañadas de tal manera,” dices mientras apresuras el baile, llevándolo tú en lugar de él a ti, porque dos pueden jugar el mismo juego.
“Pero si a las mujeres les encanta ser engañadas, o acaso no piensa usted así?” te dice, su cara cerca a la tuya, y no puedes evitar una pequeña risa que tratas de contener.
“Supongo que después de la boda tomará su título y una amante y se pondrá de meta meterse en la cama de la reina, me imagino.”
“Oh no, no hay razón para ir tan lejos, me conformaré con su hermana,” te dice con la lengua entre los dientes, y pasa el resto de la noche diciéndote exactamente como engañaría a todas y cada una de la mujeres que los están viendo bailar con los abanicos sobre la boca, las cejas levantadas al ver la forma en que están masacrando el vals.
---
Él es el que te encuentra en la terraza de la casa de campo de un amigo de tus padres, después de que te aburriste de la conversación de sobremesa de las damas y los caballeros ya se han retirado a fumar.
Tu pulso se dispara cuando sientes a alguien cruzando sus brazos sobre tu estómago, acercándote a su cuerpo, pero luego oyes su voz junto a tu oreja y en lugar de bajar, tu pulso se eleva, ahora por otra razón. “Me llamo Earnest y estoy engañando a mi esposa con la sirvienta,” es lo primero que dice él, y tu ríes, tu cabeza en su hombro. Él te muerde el lóbulo de la oreja, y la piel se te pone chinita.
“Muy honesto de tu parte,” dices y él te suelta. Te volteas y te sientas sobre el barandal antes de verlo detenidamente, y solo entonces notas sus lentes gruesos. Sus patillas son gigantescas, y metes los dedos entre el pelo corto, jalas un poco y sonríes cuando el suelta un ruidito de dolor. “¿Qué más?”
Él pone sus manos en el barandal a ambos lados de tus caderas, y se inclina hasta estar a la altura de tu cara. “Estamos planeando en asesinar a mi esposa con una pequeña dosis de cianuro en su té matinal,” te cuenta en susurros, y te le contestas igual, interrogándolo sobre el mordido asesinato que este desconocido de lentes quiere llevar a cabo.
Te besa justo antes de que tengan que regresar adentro, y por un momento, te preguntas si no ha esparcido veneno sobre tus labios.
Luego, mientras juegas baraja con el resto de las mujeres, pasas horas viéndolo por el rabillo de tu ojo mientras habla de política en la otra esquina del cuarto de estar, y tratas de no reírte mucho cuando dice que su esposa no pudo atender porque la pobrecita esta enferma.
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Es otoño cuando él se presenta como Louis en pequeño picnic en el campo, y se excusa de la caza que constituye el mayor atractivo de la tarde para los hombres con la excusa de que la sangre lo marea horrorosamente. Se queda sentado con el resto de las mujeres sobre la manta a cuadros bajo un sauce que deja caer una lluvia de hojas amarillentas cada vez que el viento sopla.
Su acento Francés te hace morderte los labios para no soltar la carcajada que tienes atorada en la garganta, y cada vez que él te ve tratando de aguantar la risa lo exagera a propósito. Es un artista esta tarde, un pintor parisino con apenas unos centavos para comer pero con conexiones con la crema y nata de la sociedad Inglesa. Tu prima acaba de debutar, y te lleva acompañando a cuanta reunión ha podido desde hace unos cuantos meses. La pobrecilla esta tan ensimismada con el falso pintor como las damas que lo rodean, y te recuerda a ti misma el día que lo conociste. No importa por que personaje se este haciendo pasar, siempre tiene cierto encanto, algo en sus ojos que lo mantienen rodeado de atención, que es lo que supones que realmente quiere.
La tarde pasa bajo el árbol, gente yendo y viniendo a ratos, hasta que llega un momento en que al fin te quedas sola con él. Él se acuesta en la manta, su cabeza junto a tus rodillas, y te sopla el humo del cigarro que acaba de inhalar en la cara. Tu arrugas la nariz y le das un pequeño golpe en la frente. Quieres acostarte junto a él y mirar el cielo por entre las ramas del sauce, pero sabes que cualquiera podría llegar en cualquier momento y tienes una reputación que mantener.
No le tienes que preguntar, él empieza a hablar solo. “La única razón por la que estoy aquí es que soy el amante de una de estas damas con las que acabamos de almorzar,” dice él, todavía en su acento Francés, y al fin sueltas la risa que te has aguantado todo el día.
“¿Cual de ellas?” preguntas, una ceja levantada y la cabeza inclinada para poder ver su cara.
“Ah, pero eso es un secreto mademoiselle, temo que tendrás que adivinar.” Él alza el brazo para ofrecerte el cigarrillo, e inhalas sin agarrarlo, sintiendo sus dedos rozar tu boca. Probaste fumar hace años y no te gustó, pero ahora no lo piensas ni por un segundo. Él sigue hablando. “Honestamente, ya estoy harto de la vieja, pero todavía recuerdo tratar de vender mis cuadros en Montmartre en el invierno, y me ha abierto tantas oportunidades...”
“No me digas, ¿también piensas envenenarla a ella?” preguntas, más divertida de lo que habías estado en todo el día, pero el frunce el ceño y se sale de su personaje por primera vez desde que lo conoces.
“Vamos, nunca repito el mismo truco, tú más que nadie lo sabes,” dice, todavía con las cejas juntas, y te tienes que sorprender – es la primera ves que lo vez tal como es, ninguna mentira de por medio. Abres la boca para decir algo, tal vez preguntarle su nombre, tal vez preguntarle quién es en realidad, pero él parece adivinar lo que vas a hacer y vuelve al acento francés. “Non, chérie, peor, voy a chantajearla amenazando con decirle a su esposo. Luego me retiraré con el dinero que le saque y regresaré a mi Francia querida a ahogarme en opio.”
“Mmm, sin duda suena interesante,” dices, tratando de quitar una hoja de tu cabello. “Tal vez me deberías llevar, después de todo el opio siempre ha sido mi debilidad.” Él se levanta hasta quedar sentado junto a ti, y después de voltear alrededor para asegurarse que no hay nadie más, te quita la hoja del cabello y se inclina hacia ti, pero no te besa, solo te muerde el labio inferior mientras todavía esta sonriendo.
“¿Irías conmigo?” pregunta después, su cara todavía cerca a la tuya. “¿A París?” pregunta, pero sabes que es Louis el que lo esta sugiriendo, no el hombre misterioso que no tiene nombre.
Tu le sonríes, maliciosa, y dices, “¡Pero si lo acabo de conocer, Monsieur Louis! Seguramente no se atrevería a sugerir tal cosa a una muchacha decente como yo.” Tratas de fingir indignación, y el ríe antes de volver a acostarse sobre la manta.
Voltea un poco la cabeza para morderte en el muslo, deja la tela de tu vestido un poco húmeda, y te empieza a contar sobre su infancia en Francia y como su pobre hermano murió de tuberculosis cuando apenas tenía siete años.
Tu también le mientes ese día, porque sabes que si te preguntara en serio, lo seguirías a donde él quisiera.
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Tienes veintidós cuando lo sacas al jardín y lo avientas contra la pared de una mansión a las afueras de Londres, y aún en la obscuridad puedes ver su expresión de sorpresa justo antes que lo beses, acercándote lo más posible hasta que los botones de su chaqueta dejan impresiones en tu piel. Él se desliza contra la pared hasta que esta sentado en el suelo, y tu lo sigues, tus rodillas a ambos lados de sus piernas, y sus dedos se hunden en tus caderas.
Rompe el beso para concentrarse en tu cuello, y tu suspiras, la tensión de años de deseo al fin liberándose. Puedes oír la música y las risas a través de la pared, y en lugar de que entres en razón y te des cuenta que estas en el jardín y que los podrían descubrir en cualquier instante, la adrenalina empieza a fluir por tu cuerpo, y te olvidas de cualquier cosa que no sean las manos de él abajo de tu falda, luchando con tu ropa interior y su boca contra tu cuello, diciendo tu nombre una y otra vez.
Das un sonido que esta en un punto medio entre una risa y un gemido, y preguntas, con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás, “pensé que no me conocía, señor gran abogado de Liverpool, ¿cómo es que sabe mi nombre entonces?”
Lo sientes sonreír contra tu piel, y roza sus dientes contra tu mandíbula. “Mmm, tal vez este abogado ha pasado años acechándote,” dice, pero le falta fuerza a la mentira, un cierto aplomo que nunca había faltado en su voz, y te deleitas en la forma en que su respiración se vuelve entrecortada y no parece recordar como hablar correctamente.
“¿Quién eres?” le preguntas justo antes de que se venga, y él suelta una especie de gruñido y te besa para callarte.
“El misterio es lo que lo hace interesante,” te dice a manera de respuesta, y hace algo con sus dedos que te corta la respiración y hace que te olvides de la pregunta.
No dura mucho, y al final tienes las manos a carne viva de recargarlas contra la pared para repartir su peso, pero aún así te sientes más viva de lo que jamás hallas estado, tu vestido pegándose a tu piel por el sudor, y él tiene la cabeza apoyada en la pared, los ojos cerrados y la boca sin parar de moverse mientras balbucea algo que no alcanzas a entender. Lo observas por unos momentos, aún cuando las rodillas te duelen de estar tanto tiempo en esa posición, y cuando al fin abre los ojos una de sus manos sigue enredada en tu pelo.
“Si hubiera sabido que las jóvenes aquí se le echan a uno encima sin ni siquiera haberse presentado hubiera venido de visita hace mucho tiempo,” dice, volviéndose a meter en la piel del personaje en turno, con todo y el tic nervioso en la ceja y el extraño modo de jorobarse que solo le has visto esta noche, uno de los mil y un gestos distintos que le has visto usar a través de los años. Te ríes, porque no esperarías nada más de él.
Tu vestido queda completamente arruinado, pero no te molesta en lo absoluto.
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Es invierno cuando tú te presentas como una viuda millonaria con cuatro maridos en su historial y él se queda sorprendido por un instante, viéndote con la boca abierta como si no entendiera lo que le acabas de decir, pero pasa, y un momento después esta sonriendo como si estuviera aguantándose la risa mientras te pregunta si habías usado como veneno como alguien que él había conocido alguna vez.
Él es un embajador Checo esta noche, pero en lugar de contarte del pequeño hijo que tuvo que dejar en casa porque es ciego, él devora cada detalla que le dices tú, y le cuentas cada asesinato mientras tropiezan en las escaleras del elegante departamento en el que la degustación de vinos apenas esta a la mitad. Al fin encuentran un cuarto donde esconderse mientras le susurras al oído como habías estrangulado al esposo número dos, y él exige que le cuentes cada detalle de tu nueva vida inventada mientras besa cada pedazo de tu piel que encuentra.
Después, cuando tus brazos siguen alrededor de su cuello y el corazón de él todavía late demasiado rápido, le preguntas cuando lo puedes volver a ver por primera vez desde que lo conoces, pero si él entiende que lo dices tú y no la millonaria asesina, no lo demuestra.
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Tienes tres meses de casada cuando él pasa horas contándole a tu esposo como la pobrecilla de su madre acaba de morir y ahora no sabe que hacer con todo el dinero que le dejo. Tu esposo finge interés como el caballero que fue criado para ser, y mientras que el hombre que se presentó como Simon parece estar inmerso en su historia, no dejas de notar que esta agarrando su copa de champaña más fuerte de lo necesario, y sabes que abajo de sus guantes debe tener los nudillos blancos.
Tu esposo se logra desentender con una mueca de disgusto cuando le empiezan a describir la horrorosa enfermedad que causo la muerte de la señora, secreciones y olores incluidos, y al fin te encuentras sola con él. Cuando al fin te ve a los ojos, te ve con decepción, y cuando camina en dirección contraria lo sigues porque no debería tener ningún derecho a exigir nada de ti. Terminan en un corredor en algún lugar de la casa de campo de tus padres, y cuando te presiona contra la pared dejas que te bese sin que te importe si alguien podría verlos.
Te pregunta si estas tan aburrida como te ves, y la forma en que pronuncia tu nuevo apellido no te sienta bien en el estómago. Te encojes de hombros, porque no puedes negar nada, y él apenas se inclina un poco y te da la espalda, alejándose por el pasillo sin ninguna otra palabra.
Le quieres gritar, porque no es como si él alguna vez te dio otra opción, pero te quedas callada hasta que él da la vuelta al final del pasillo y luego tiras el jarrón ming de tu madre, aunque no sabes si quieres gritarle a él, a tu marido, o a ti misma.
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La siguiente vez que lo vez es un baile de máscaras, y aún cuando nunca lo has visto con el pelo de ese color o con esa forma particular de pararse lo reconoces en cuanto entras al salón. Como siempre, esta rodeado de gente, y sonríes al verlo hacer grandes gestos, sin duda contando alguna gran historia. Tienes un año de casada y tu marido lleva media hora comentando el clima y quejándose de la juventud con el anfitrión.
Él es un egiptólogo esta noche, y cuando pasas junto a él está hablando de su valentía al entrar a una tumba maldita a pesar de que todos le dijeron que no sobreviviría. Le preguntas si acaso llegó a ver una momia, y él se voltea a verte sorprendido por un instante antes de asegurarte que claro, que trato de matarlo, la maldita. Las damas que los rodean dan grititos de horror, y piden por más, pero él sigue viéndote a ti.
El salón esta decorado en tonos dorados y morados, todo brillos que después de unas cuantas copas se vuelven hipnóticos y sientes que la cabeza te da vueltas cuando lo sigues fuera de la fiesta hasta la calle que se ve demasiado azul y deslavada en contraste. El borde de tu vestido se moja con la neblina que apenas te llega a las rodillas. Todavía tienes tu máscara puesta cuando lo alcanzas una cuadra más allá de la fiesta, y él no parece sorprendido de verte. Te paras un momento en frente de él, mordiéndote el labio, y luego te quitas tu anillo de bodas y lo dejas sobre una barda. Puedes oler el Támesis desde aquí, y él se ríe en voz alta, te agarra de la mano y te arrastra hacia cualquiera que sea el lugar a donde vaya.
Le preguntas sobre esas momias de las que estaba hablando, y el teje un paisaje pintado en amarillos y el rojo del sol al atardecer y arena hirviendo bajo tus pies mientras recorres piedras milenarias con las yemas de tus dedos.
Tienes veintiséis cuando lo sigues fuera de la puerta y empiezas a vivir una mentira.
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Todos los días, cuando despiertas, le preguntas su nombre, y él te dice quien es esa mañana, a veces un doctor y otras mercenario y unas cuantas curador de museo. Nunca es la misma persona que la noche pasada, y se convierte en el acertijo que tienes que resolver día a día.
I don't know what's up with me writing all this romance stuff in original stories, I didn't use to be like thiiiiis, what's wrong with me? ;__;
Título: Mitomanía
Número de Palabras: 3700
Reseña: Te lo encuentras siete veces en dos años. Se presenta con un nombre nuevo cada vez.
Mitomanía
La primera vez que lo ves él es un Barón y tu eres una debutante preocupada por la mancha en tus guantes blancos. Te lo presentan como Arthur y te sonríe cuando te inclinas (pie adelante y manos sosteniendo el vestido) como te enseñaron. Estas nerviosa, y este hombre te lleva al menos diez años, así que empiezas a hablar del clima sin parar y no es hasta que el empieza a bostezar que te das cuenta que no lo has dejado intercalar ninguna palabra en más de diez minutos.
Te enrojeces, y el sonríe.
Le preguntas de su vida, todavía roja y con las manos alisando una arruga inexistente en tu vestido blanco. Él maneja las tierras que le dejó su padre y es íntimo con el hermano menor del príncipe heredero. Su vida en la corte es lo más emocionante que has oído en tu vida y lo escuchas con la boca abierta, olvidando que el protocolo exige que te presentes con tantas personas como se pueda en lugar de acaparar a un invitado en específico.
Le haces mil y un preguntas, una tras de otra. Cuando se aburre de ti te jala uno de los rizos que cuelgan alrededor de tu cara y dice “vaya, en serio que te vez de doce, como esa niñita chiquita en la historia de los ositos,” y le frunces el ceño y dices que tienes quince, gracias, y caminas en la dirección contraria, conteniendo las ganas de abofetearlo.
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La siguiente vez que lo ves él es un Gran Duque Ruso y tu tienes dieciocho y a tu pueblo entero encantado de ti, así que te le acercas con confianza, la cabeza arriba, y le tocas el hombro. Cuando se voltea su bigote te da risa, pero te la tragas y sigues sonriendo. El anfitrión de la fiesta adora bailar, y la música esta un poco más fuerte de lo que estás acostumbrada, así que prácticamente terminas gritándole que tan sorprendida estás de volver a verlo.
“Creo que me está confundiendo con alguien más,” te dice con un Inglés con acento gutural, las palabras tropezando al salir de su boca, y no puedes evitar la expresión de confusión en tu cara. Él te da un nombre ruso y una historia de intrigas en la corte de los zares y de los duros inviernos en Siberia.
Tratas de decirle una y otra vez que no es posible, que lo conoces, que se llama Arthur y es un barón Inglés, y él te responde una y otra vez que estás equivocada, esta es apenas su segunda vez en Inglaterra.
Te vas después de un rato, enfadada, y lo que te molesta más es que antes de que le dieras la espalda él sonríe con una pizca de malicia, y se nota que esta disfrutando hacerte enojar.
Sales a los jardines cerca de la medianoche, todavía irritada, y lo ves caminando a grandes pasos en dirección a la puerta. Lo sigues por algún extraño impulso, y cuando lo ves arrancarse ese estúpido bigote estás tan cerca detrás de él que oye tu sonido de sorpresa, y cuando se voltea te ve ahí, señalándolo con el dedo mientras él todavía tiene su bigote falso entre sus manos.
“¡Sabía que estabas mintiendo!” dices, y te oyes tan satisfecha de ti misma que no es sorpresa que ponga una expresión agria, los labios muy juntos.
Él suelta un suspiro de frustración, pero en lugar de tratar de negarlo simplemente se encoje de hombros, mirándote fijamente. Se ríe entre dientes de tu expresión confusa. “Vamos, ¿dónde está tu sentido de la aventura?” Al fin dice después de un momento, y tú no sabes que decir.
Te avienta el bigote, y en el momento que pierdes tratando de cacharlo él ya ha corrido hacia la puerta. La noche esta obscura, pero lo alcanzas a ver lanzándote un beso antes de salir de los jardines.
No le dices nada a nadie, porque te intriga más de lo que te molesta su mentira.
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Te lo encuentras siete veces en dos años. Se presenta con un nombre nuevo cada vez.
No entiendes como es que nadie se da cuenta, como puede estar con el mismo grupo de personas en la misma semana con una identidad distinta y como todos se creen que es quien dice ser. Al cabo de un tiempo, dejas de encontrarlo fastidioso y empiezas a intrigarte por su farsa, por la forma en que usa a la sociedad Inglesa en un inmenso juego en el que solo él parece saber las reglas.
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Es marzo y te lo encuentras en un baile en Londres dedicado al inicio de la primavera. El salón esta decorado con miles de flores que cuelgan del techo. Hay pequeños candiles entre ellas cada uno dando luz de diferente color, y el piso parece un caleidoscopio que cambia cada vez que la brisa que entra por las puertas francesas mueve los candiles. Él te sonríe desde el otro lado del salón, donde esta rodeado de damas de sociedad, todas mayores de él y comiéndoselo con lo ojos.
Media hora después estás bailando con él, y lo primero que le dices en toda la noche es, “Como te llamas hoy?” él ríe y te hace dar una vuelta en medio del vals, rompiendo el ritmo que imparte la música.
“Henry,” te dice él al oído. “Un burgués sin una gota de sangre azul que quiere casarse con un título. Por supuesto, no debería decirle esto a alguien que acabo de conocer,” agrega mientras te ve a los ojos, las cejas levantadas.
Te llevas una mano a la boca, la imagen pura de la indignación. “Ah, pero señor Henry, ¡debería advertir a las buenas damas que lo persiguen! No puedo dejarlas ser engañadas de tal manera,” dices mientras apresuras el baile, llevándolo tú en lugar de él a ti, porque dos pueden jugar el mismo juego.
“Pero si a las mujeres les encanta ser engañadas, o acaso no piensa usted así?” te dice, su cara cerca a la tuya, y no puedes evitar una pequeña risa que tratas de contener.
“Supongo que después de la boda tomará su título y una amante y se pondrá de meta meterse en la cama de la reina, me imagino.”
“Oh no, no hay razón para ir tan lejos, me conformaré con su hermana,” te dice con la lengua entre los dientes, y pasa el resto de la noche diciéndote exactamente como engañaría a todas y cada una de la mujeres que los están viendo bailar con los abanicos sobre la boca, las cejas levantadas al ver la forma en que están masacrando el vals.
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Él es el que te encuentra en la terraza de la casa de campo de un amigo de tus padres, después de que te aburriste de la conversación de sobremesa de las damas y los caballeros ya se han retirado a fumar.
Tu pulso se dispara cuando sientes a alguien cruzando sus brazos sobre tu estómago, acercándote a su cuerpo, pero luego oyes su voz junto a tu oreja y en lugar de bajar, tu pulso se eleva, ahora por otra razón. “Me llamo Earnest y estoy engañando a mi esposa con la sirvienta,” es lo primero que dice él, y tu ríes, tu cabeza en su hombro. Él te muerde el lóbulo de la oreja, y la piel se te pone chinita.
“Muy honesto de tu parte,” dices y él te suelta. Te volteas y te sientas sobre el barandal antes de verlo detenidamente, y solo entonces notas sus lentes gruesos. Sus patillas son gigantescas, y metes los dedos entre el pelo corto, jalas un poco y sonríes cuando el suelta un ruidito de dolor. “¿Qué más?”
Él pone sus manos en el barandal a ambos lados de tus caderas, y se inclina hasta estar a la altura de tu cara. “Estamos planeando en asesinar a mi esposa con una pequeña dosis de cianuro en su té matinal,” te cuenta en susurros, y te le contestas igual, interrogándolo sobre el mordido asesinato que este desconocido de lentes quiere llevar a cabo.
Te besa justo antes de que tengan que regresar adentro, y por un momento, te preguntas si no ha esparcido veneno sobre tus labios.
Luego, mientras juegas baraja con el resto de las mujeres, pasas horas viéndolo por el rabillo de tu ojo mientras habla de política en la otra esquina del cuarto de estar, y tratas de no reírte mucho cuando dice que su esposa no pudo atender porque la pobrecita esta enferma.
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Es otoño cuando él se presenta como Louis en pequeño picnic en el campo, y se excusa de la caza que constituye el mayor atractivo de la tarde para los hombres con la excusa de que la sangre lo marea horrorosamente. Se queda sentado con el resto de las mujeres sobre la manta a cuadros bajo un sauce que deja caer una lluvia de hojas amarillentas cada vez que el viento sopla.
Su acento Francés te hace morderte los labios para no soltar la carcajada que tienes atorada en la garganta, y cada vez que él te ve tratando de aguantar la risa lo exagera a propósito. Es un artista esta tarde, un pintor parisino con apenas unos centavos para comer pero con conexiones con la crema y nata de la sociedad Inglesa. Tu prima acaba de debutar, y te lleva acompañando a cuanta reunión ha podido desde hace unos cuantos meses. La pobrecilla esta tan ensimismada con el falso pintor como las damas que lo rodean, y te recuerda a ti misma el día que lo conociste. No importa por que personaje se este haciendo pasar, siempre tiene cierto encanto, algo en sus ojos que lo mantienen rodeado de atención, que es lo que supones que realmente quiere.
La tarde pasa bajo el árbol, gente yendo y viniendo a ratos, hasta que llega un momento en que al fin te quedas sola con él. Él se acuesta en la manta, su cabeza junto a tus rodillas, y te sopla el humo del cigarro que acaba de inhalar en la cara. Tu arrugas la nariz y le das un pequeño golpe en la frente. Quieres acostarte junto a él y mirar el cielo por entre las ramas del sauce, pero sabes que cualquiera podría llegar en cualquier momento y tienes una reputación que mantener.
No le tienes que preguntar, él empieza a hablar solo. “La única razón por la que estoy aquí es que soy el amante de una de estas damas con las que acabamos de almorzar,” dice él, todavía en su acento Francés, y al fin sueltas la risa que te has aguantado todo el día.
“¿Cual de ellas?” preguntas, una ceja levantada y la cabeza inclinada para poder ver su cara.
“Ah, pero eso es un secreto mademoiselle, temo que tendrás que adivinar.” Él alza el brazo para ofrecerte el cigarrillo, e inhalas sin agarrarlo, sintiendo sus dedos rozar tu boca. Probaste fumar hace años y no te gustó, pero ahora no lo piensas ni por un segundo. Él sigue hablando. “Honestamente, ya estoy harto de la vieja, pero todavía recuerdo tratar de vender mis cuadros en Montmartre en el invierno, y me ha abierto tantas oportunidades...”
“No me digas, ¿también piensas envenenarla a ella?” preguntas, más divertida de lo que habías estado en todo el día, pero el frunce el ceño y se sale de su personaje por primera vez desde que lo conoces.
“Vamos, nunca repito el mismo truco, tú más que nadie lo sabes,” dice, todavía con las cejas juntas, y te tienes que sorprender – es la primera ves que lo vez tal como es, ninguna mentira de por medio. Abres la boca para decir algo, tal vez preguntarle su nombre, tal vez preguntarle quién es en realidad, pero él parece adivinar lo que vas a hacer y vuelve al acento francés. “Non, chérie, peor, voy a chantajearla amenazando con decirle a su esposo. Luego me retiraré con el dinero que le saque y regresaré a mi Francia querida a ahogarme en opio.”
“Mmm, sin duda suena interesante,” dices, tratando de quitar una hoja de tu cabello. “Tal vez me deberías llevar, después de todo el opio siempre ha sido mi debilidad.” Él se levanta hasta quedar sentado junto a ti, y después de voltear alrededor para asegurarse que no hay nadie más, te quita la hoja del cabello y se inclina hacia ti, pero no te besa, solo te muerde el labio inferior mientras todavía esta sonriendo.
“¿Irías conmigo?” pregunta después, su cara todavía cerca a la tuya. “¿A París?” pregunta, pero sabes que es Louis el que lo esta sugiriendo, no el hombre misterioso que no tiene nombre.
Tu le sonríes, maliciosa, y dices, “¡Pero si lo acabo de conocer, Monsieur Louis! Seguramente no se atrevería a sugerir tal cosa a una muchacha decente como yo.” Tratas de fingir indignación, y el ríe antes de volver a acostarse sobre la manta.
Voltea un poco la cabeza para morderte en el muslo, deja la tela de tu vestido un poco húmeda, y te empieza a contar sobre su infancia en Francia y como su pobre hermano murió de tuberculosis cuando apenas tenía siete años.
Tu también le mientes ese día, porque sabes que si te preguntara en serio, lo seguirías a donde él quisiera.
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Tienes veintidós cuando lo sacas al jardín y lo avientas contra la pared de una mansión a las afueras de Londres, y aún en la obscuridad puedes ver su expresión de sorpresa justo antes que lo beses, acercándote lo más posible hasta que los botones de su chaqueta dejan impresiones en tu piel. Él se desliza contra la pared hasta que esta sentado en el suelo, y tu lo sigues, tus rodillas a ambos lados de sus piernas, y sus dedos se hunden en tus caderas.
Rompe el beso para concentrarse en tu cuello, y tu suspiras, la tensión de años de deseo al fin liberándose. Puedes oír la música y las risas a través de la pared, y en lugar de que entres en razón y te des cuenta que estas en el jardín y que los podrían descubrir en cualquier instante, la adrenalina empieza a fluir por tu cuerpo, y te olvidas de cualquier cosa que no sean las manos de él abajo de tu falda, luchando con tu ropa interior y su boca contra tu cuello, diciendo tu nombre una y otra vez.
Das un sonido que esta en un punto medio entre una risa y un gemido, y preguntas, con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás, “pensé que no me conocía, señor gran abogado de Liverpool, ¿cómo es que sabe mi nombre entonces?”
Lo sientes sonreír contra tu piel, y roza sus dientes contra tu mandíbula. “Mmm, tal vez este abogado ha pasado años acechándote,” dice, pero le falta fuerza a la mentira, un cierto aplomo que nunca había faltado en su voz, y te deleitas en la forma en que su respiración se vuelve entrecortada y no parece recordar como hablar correctamente.
“¿Quién eres?” le preguntas justo antes de que se venga, y él suelta una especie de gruñido y te besa para callarte.
“El misterio es lo que lo hace interesante,” te dice a manera de respuesta, y hace algo con sus dedos que te corta la respiración y hace que te olvides de la pregunta.
No dura mucho, y al final tienes las manos a carne viva de recargarlas contra la pared para repartir su peso, pero aún así te sientes más viva de lo que jamás hallas estado, tu vestido pegándose a tu piel por el sudor, y él tiene la cabeza apoyada en la pared, los ojos cerrados y la boca sin parar de moverse mientras balbucea algo que no alcanzas a entender. Lo observas por unos momentos, aún cuando las rodillas te duelen de estar tanto tiempo en esa posición, y cuando al fin abre los ojos una de sus manos sigue enredada en tu pelo.
“Si hubiera sabido que las jóvenes aquí se le echan a uno encima sin ni siquiera haberse presentado hubiera venido de visita hace mucho tiempo,” dice, volviéndose a meter en la piel del personaje en turno, con todo y el tic nervioso en la ceja y el extraño modo de jorobarse que solo le has visto esta noche, uno de los mil y un gestos distintos que le has visto usar a través de los años. Te ríes, porque no esperarías nada más de él.
Tu vestido queda completamente arruinado, pero no te molesta en lo absoluto.
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Es invierno cuando tú te presentas como una viuda millonaria con cuatro maridos en su historial y él se queda sorprendido por un instante, viéndote con la boca abierta como si no entendiera lo que le acabas de decir, pero pasa, y un momento después esta sonriendo como si estuviera aguantándose la risa mientras te pregunta si habías usado como veneno como alguien que él había conocido alguna vez.
Él es un embajador Checo esta noche, pero en lugar de contarte del pequeño hijo que tuvo que dejar en casa porque es ciego, él devora cada detalla que le dices tú, y le cuentas cada asesinato mientras tropiezan en las escaleras del elegante departamento en el que la degustación de vinos apenas esta a la mitad. Al fin encuentran un cuarto donde esconderse mientras le susurras al oído como habías estrangulado al esposo número dos, y él exige que le cuentes cada detalle de tu nueva vida inventada mientras besa cada pedazo de tu piel que encuentra.
Después, cuando tus brazos siguen alrededor de su cuello y el corazón de él todavía late demasiado rápido, le preguntas cuando lo puedes volver a ver por primera vez desde que lo conoces, pero si él entiende que lo dices tú y no la millonaria asesina, no lo demuestra.
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Tienes tres meses de casada cuando él pasa horas contándole a tu esposo como la pobrecilla de su madre acaba de morir y ahora no sabe que hacer con todo el dinero que le dejo. Tu esposo finge interés como el caballero que fue criado para ser, y mientras que el hombre que se presentó como Simon parece estar inmerso en su historia, no dejas de notar que esta agarrando su copa de champaña más fuerte de lo necesario, y sabes que abajo de sus guantes debe tener los nudillos blancos.
Tu esposo se logra desentender con una mueca de disgusto cuando le empiezan a describir la horrorosa enfermedad que causo la muerte de la señora, secreciones y olores incluidos, y al fin te encuentras sola con él. Cuando al fin te ve a los ojos, te ve con decepción, y cuando camina en dirección contraria lo sigues porque no debería tener ningún derecho a exigir nada de ti. Terminan en un corredor en algún lugar de la casa de campo de tus padres, y cuando te presiona contra la pared dejas que te bese sin que te importe si alguien podría verlos.
Te pregunta si estas tan aburrida como te ves, y la forma en que pronuncia tu nuevo apellido no te sienta bien en el estómago. Te encojes de hombros, porque no puedes negar nada, y él apenas se inclina un poco y te da la espalda, alejándose por el pasillo sin ninguna otra palabra.
Le quieres gritar, porque no es como si él alguna vez te dio otra opción, pero te quedas callada hasta que él da la vuelta al final del pasillo y luego tiras el jarrón ming de tu madre, aunque no sabes si quieres gritarle a él, a tu marido, o a ti misma.
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La siguiente vez que lo vez es un baile de máscaras, y aún cuando nunca lo has visto con el pelo de ese color o con esa forma particular de pararse lo reconoces en cuanto entras al salón. Como siempre, esta rodeado de gente, y sonríes al verlo hacer grandes gestos, sin duda contando alguna gran historia. Tienes un año de casada y tu marido lleva media hora comentando el clima y quejándose de la juventud con el anfitrión.
Él es un egiptólogo esta noche, y cuando pasas junto a él está hablando de su valentía al entrar a una tumba maldita a pesar de que todos le dijeron que no sobreviviría. Le preguntas si acaso llegó a ver una momia, y él se voltea a verte sorprendido por un instante antes de asegurarte que claro, que trato de matarlo, la maldita. Las damas que los rodean dan grititos de horror, y piden por más, pero él sigue viéndote a ti.
El salón esta decorado en tonos dorados y morados, todo brillos que después de unas cuantas copas se vuelven hipnóticos y sientes que la cabeza te da vueltas cuando lo sigues fuera de la fiesta hasta la calle que se ve demasiado azul y deslavada en contraste. El borde de tu vestido se moja con la neblina que apenas te llega a las rodillas. Todavía tienes tu máscara puesta cuando lo alcanzas una cuadra más allá de la fiesta, y él no parece sorprendido de verte. Te paras un momento en frente de él, mordiéndote el labio, y luego te quitas tu anillo de bodas y lo dejas sobre una barda. Puedes oler el Támesis desde aquí, y él se ríe en voz alta, te agarra de la mano y te arrastra hacia cualquiera que sea el lugar a donde vaya.
Le preguntas sobre esas momias de las que estaba hablando, y el teje un paisaje pintado en amarillos y el rojo del sol al atardecer y arena hirviendo bajo tus pies mientras recorres piedras milenarias con las yemas de tus dedos.
Tienes veintiséis cuando lo sigues fuera de la puerta y empiezas a vivir una mentira.
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Todos los días, cuando despiertas, le preguntas su nombre, y él te dice quien es esa mañana, a veces un doctor y otras mercenario y unas cuantas curador de museo. Nunca es la misma persona que la noche pasada, y se convierte en el acertijo que tienes que resolver día a día.
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Te quedo genial la historia! creo qe mis personajes favoritos fueron Arthur, Henry, Earnest y la prota, de la qe nunca supimos el nombre pero eso qeda con la historia.
El final es perfecto ♥, enserio qe sí.
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Y aw, que bueno que te gustó el final, estaba taaaan tentada a dejarla casada para siempre y que nada más estuvieran de amantes, ella embarazada del marido y todo XD Pero mi amor por el romanticismo no me dejo.
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Y él me gusta sobre todo cuando es ruso, y también cuando es un abogado con el que hace el amor. Oh, genial todo, de verdad.
Pero también quería hacerte una crítica constructiva en cuando a ortografía, porque tu forma de escribir es genial pero a veces ciertas faltas o expresiones hacen que una se vaya de la historia. Faltan las interrogaciones al principio de frase (sólo las pones al final) y bastantes acentos. Es difícil saber bien cuando una palabra tiene tilde, pero creo que eso deberías mejorarlo. Por otra parte están estas dos frases:
-“vaya, en serio que te vez de doce, como esa niñita chiquita en la historia de los ositos,” Lo correcto sería: "En serio que te VES de doce". Porque el verbo 'ver' va así: yo veo, tu ves, él ve...
–"es la primera ves que lo vez tal como es, ninguna mentira de por medio." Sería: "Es la primera VEZ que lo VES tal como es".
Y nada, lo demás genial ;)